
El grupo terrorista comunicó a través de su canal de Telegram que el ataque fue dirigido contra una congregación de cristianos en la ciudad de Krasnogorsk, en las afueras de Moscú, y que causó gran destrucción antes de que los perpetradores se retiraran a sus bases.
Este ataque se produce tras una serie de amenazas previas. En marzo, diversas embajadas occidentales, incluida la de Estados Unidos, alertaron sobre posibles atentados en Rusia, especialmente en grandes eventos en Moscú. Además, el Servicio Federal de Seguridad de Rusia había neutralizado una célula del EI que planeaba atentar contra una sinagoga en Moscú.
La intervención rusa en Siria desde 2015, en apoyo al gobierno de Bashar al Asad contra grupos rebeldes y yihadistas, incluido el EI, ha sido un factor clave en el conflicto. Esto ha llevado a tensiones con el EI y sus seguidores, incluidos yihadistas de repúblicas rusas del Cáucaso que se unieron al grupo en Siria y representan una amenaza para Rusia al regresar al país.
Además, la participación de Rusia en el Sahel africano, donde ha habido golpes de estado prorrusos y presencia de mercenarios de Wagner en la lucha antiterrorista, también ha contribuido a las tensiones. La inestabilidad en la región ha llevado a conflictos con grupos afiliados al EI y Al Qaeda, lo que representa un desafío para Moscú y sus intereses regionales.
En resumen, el ataque del Estado Islámico en Moscú fue una represalia por la participación de Rusia en conflictos internacionales, especialmente en Siria y el Sahel africano, donde ha intervenido en apoyo a regímenes gubernamentales y en operaciones antiterroristas.