Durante la ceremonia, Francisco ingresó a la basílica en su silla de ruedas, vistiendo los paramentos rojos de la Pasión y sin el anillo del Pescador, en señal de duelo. Tras orar en silencio ante el Altar de la Confesión, se entonaron los pasajes de la Pasión de Cristo según san Juan, desde su arresto hasta su crucifixión y entierro.
El cardenal Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, pronunció una reflexión sobre el poder del gesto de Jesús en la cruz, resaltando su amor y perdón incondicional. Criticó la búsqueda de poder por parte de los poderosos y recordó el llamado de Jesús a los más vulnerables, como los ancianos, los enfermos, los pobres y las mujeres víctimas de la violencia.
Además, Cantalamessa cuestionó la noción pasada de "triunfo" de la Iglesia católica, instando a reflexionar sobre su significado en el contexto actual. El rito fue seguido por miles de fieles en la basílica y por numerosos prelados de la Curia Romana.
Por la noche, el papa presidió el tradicional Vía Crucis en el Coliseo Romano, donde describió un mundo afectado por la guerra, la violencia contra las mujeres y la facilidad para emitir juicios a través de un teclado.